viernes, 19 de agosto de 2011

CHAVARRIA, DOS AÑOS DESPUES... Salvador Aguilar. 19 de agosto de 2011


Chavarría, dos años después

Jorge Salvador Aguilar
A dos años de la muerte del presidente de la Comisión de Gobierno del Congreso local de Guerrero, Armando Chavarría Barrera, el panorama en la izquierda guerrerense es desastroso; el partido al que perteneció navega a la deriva, sin rumbo ni capitán, inerme a cualquier bucanero que quiera abordarlo; la corriente que creó ha sido borrada del mapa, sin la menor consideración para su memoria; el Congreso que él transformó por nueve meses en un verdadero poder, está convertido en la secretaría particular del gobernador y el gobierno que estuvo a punto de dirigir, está plagado de nepotismo y de políticas clientelares.
Hoy la izquierda suriana, que en el pasado diera luchas heroicas en defensa de los sectores más desprotegidos y en busca de una sociedad igualitaria, es una pobre caricatura refugiada en oficinas públicas, redactando oficios para destinatarios anónimos y apagando fuegos, sin ninguna capacidad para decidir más allá que la ubicación de sus escritorios.
¿Hubiera sido diferente si viviera Armando Chavarría? Jamás lo sabremos. Si bien él era parte de esta cultura y compartía muchos de los vicios de la actual clase política perredista, desarrolló un agudo instinto para tejer acuerdos, para ubicar coincidencias con los adversarios, para ganar tiempo, que en política es una de las virtudes más valiosas, pero sobre todo, sabía ceder sin deponer lo central de su proyecto; un político así es peligroso para sus adversarios.
Quien decidió su muerte en los más altos círculos del poder guerrerense, conocía sus defectos y cualidades, y sabía que el precio que tendría que pagar por este crimen, se compensaría con las ganancias que con él obtendría. La izquierda suriana de la primera mitad del gobierno de Zeferino Torreblanca comparada con la de ahora, es evidente, aquella bajo la conducción de Chavarría, oponía alguna resistencia el gobernador y, aunque tenue, conservaba su compromiso con el movimiento social; la de estos días ha bajado la cerviz ante el poder.
Así, vista en retrospectiva, la muerte del diputado Chavarría fue bien planeada, medidos cuidadosamente sus riesgos, calibradas sus desventajas, sopesado el impacto político y decidida en base a una cuidadosa evaluación del costo-beneficio. Hoy, a la luz del desastroso estado del PRD, podemos ver que el cálculo de los asesinos estuvo bien hecho.
¿Quién mató a Armando Chavarría? En estos últimos dos años, la política de Guerrero ha estado marcada por esta pregunta y por imponer una u otra versión; los asesinos tratando de confundir a la sociedad y un pequeño grupo de ciudadanos intentando que el crimen se aclare. Es muy probable que los nombres de los responsables materiales e intelectuales nunca los sepamos, pero basta con ver quiénes se beneficiaron con la desaparición de Chavarría para descubrir a los participantes en esta conjura.
El primer beneficiado fue Zeferino Torreblanca, que durante la primera mitad de su gobierno tuvo que aguantar a Chavarría en su gabinete, no por el espíritu incluyente del gobernador, sino porque era la forma más eficaz para mantener cierto control sobre el líder más fuerte del perredismo. Durante ese esos tres años, el gobernador acotó hasta convertir la Secretaría General de Gobierno que ocupaba Chavarría en un espectro sin cuerpo ni alma.
En segundo lugar se beneficiaron los poderes fácticos, principalmente el caciquismo, que veían cómo el Chavarría que había marchada contra el caciquismo a finales de los setentas y durante todos los ochenta, que había asimilado los principios de aquella izquierda radical, que a pesar de todo su pragmatismo no podía olvidar su pasado, porque no es fácil sacarse de la memoria la cultura que se aprende en la juventud, las consignas que se asimilan a lado de otros compañeros de militancia, pues por más que se reniegue de ellas quedan tatuadas en el alma.
Ya siendo diputado y presidente de la Comisión de Gobierno del Congreso guerrerense, posición a la que llega por su habilidad para tejer consensos, Chavarría le comentó a este opinador que esta era su última oportunidad para llegar a la gubernatura, que iba a poner en la disputa de la candidatura de la izquierda suriana todo su empeño y el de sus amigos, que ante nadie iba a ceder ese honor.
Es fácil deducir que de haber estado vivo Chavarría, no es imaginable que le hubiera cedido la candidatura a Ángel Aguirre. La muerte de Chavarría significó un cambio absoluto en la correlación de fuerzas de la izquierda y del mismo PRI, propiciando su división, y de esta manera la llegada de Aguirre a la gubernatura.
La realización de un magnicidio no sólo ocurre porque alguien carezca de guardaespaldas, o porque se descuide o no use chaleco antibalas; para que ocurra un crimen de esta naturaleza se requiere que confluyan muchos intereses que se beneficien con él. Atentar contra la cabeza de un poder, por inerme que esté, no sólo implica jalar un gatillo y correr. Hay demasiado en juego para que se actúe a la ligera. Se requiere una extensa y tupiada red de complicidades, aunque casi siempre esta red requiere ser operada desde el poder político; la ejecución de un crimen político tal vez pueda ser llevada a cabo por cualquier mercenario, pero su encubrimiento requiere de la autoridad.
Esto no quiere decir, necesariamente, que la orden haya venido desde el gobierno. Pero es muy poco probable que un crimen de esta naturaleza se lleve a cabo sin informar al responsable político de una entidad. Cuando la maquinaria se echó a andar, en la que debieron participar todos los posibles beneficiados, el gobernador debió ser informado; éste, sin tener que hablar pudo haber respondido con un resignado levantón de hombros; esta es sólo una posibilidad, aunque hay otras combinaciones.
En las alturas del poder las ramas se tocan y acarician, sean del partido que sean. Los cambios de administración requieren arreglos y acuerdos. Los beneficios que conlleva el poder son tantos, que a veces implican acuerdos vergonzosos. A cinco meses del nuevo gobierno, no hay indicios de que se vaya a resolver el asesinato de Armando Chavarría. La indolencia es tal, que el procurador está más ocupado en hacer precampaña para ser candidato a la alcaldía de Acapulco que en esclarecer el crimen.
Este gobierno sólo tiene cuatro años y medio para demostrar que es ajeno a cualquier acuerdo para preservar la impunidad. Ojalá y no se convierta en otra decepción para Guerrero.
Tu opinión me interesa.

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